viernes, septiembre 01, 2006

Toscana IV

El día pasado en Florencia fue agotador, tanto por las horas de espera en la cola del David, como por las caminatas o por los turistas. Sí, ver tanta gente me agota y mira que tengo costumbre de estar con mucha gente, pero me agota. Así que ,aunque nos quedaba otra jornada para terminar de ver la ciudad, pensamos que mejor nos dábamos una día entre medias y cambiábamos de destino. Éste fue Siena y de camino visitaríamos San Gimigiano y cuanto pueblito se nos pusiera por delante.
Si bien la zona de Lucca está entre montes y montañas, según te desplazas cien kilómetros al sur se torna en suaves colinas y cerros poblados de viñas, olivares y cipreses, el típico paisaje de postal de La toscana.

San Gimignano es un pueblo medieval bonito, bien conservado, encaramado en una loma y amurallado. Se ve dando un paseo de apenas una hora si no te pierdes como nosotros por seguir a Josemari y su puñetero planito que dimos un rodeo enorme a toda la muralla por fuera y subimos y bajamos tropecientas veces. Le hubieramos matado pero no nos quedaban fuerzas.

En una de estas arenosas cuestas, mientras me pisaba la lengua e intentaba respirar, me acordé de que Agus, uno de mis cuñados, me había encargado que le llevara un piedra, y en ese momento en el que sólo veía el suelo encontré un trozo de mármol negro, blanco y verde sin pulir, precioso, que le traje.

Dejamos atrás uno de los pueblos que más nos gustó de nuestra viaje, donde nos encontramos a unos familiares de mis amigos, de esos familiares que uno desearía no encontrarse, encima, y nos dirigimos a Siena.

En todas las ciudades está difícil aparcar. La mayoría de las calles tienen parquímetros baratos de un máximo de dos horas, lo que no te sirve de mucho, y luego están los parkings de pago por horas, por lo general caros.

En Siena hay mucho aparcamiento gratuito pero cuando nostros llegamos estaban petados. Dimos más vueltas que un carrusel y al final nos decidimos por aparcar en el estadio de futbol,que es de pago, sin exagerar y tenía plazas libres. Después sólo hay que subir una escalinata y estás en el centro de la ciudad.

Cuando toda esta odisea de aparcar terminó era tarde y estábamos muertos de hambre, tanto, que os juro que me hubiera metido en el McDonals pero estaba hasta arriba. La casualidad o la buena suerte, si es que existe, nos llevó por callejones y plazas y allí encontramos el tesoro: una osteria de las llamadas "tavola calda" (mesa caliente) ya que te acomodas en largas mesas compartidas y según se van levantando unos se sientan otros sin necesidad de pedir mesa ni nada por el estilo, todo muy informal, todo muy como en casa.

Yo creo que lo que nos decidió de a quedarnos en este sitio, sin haber entrado siquiera fuera, era que en las mesas del callejón estaban zampándose unos platos con colmo de mejillones en salsa. Una vez dentro vimo una vitrina llenita de viandas fresquitas, todo ensaladas, embutidos maravillosos, y con la gazuza que arrastrábamos nos pareció el paraíso. Como no sabíamos cómo funcionaba aquello le dejamos hacer al camarero y nos presentó unos platos combinados con patatas cocidas en ensalada, trigo al pesto, anchoas con cebolla y tomate, jamón de Parma, boloñesa, varios tipos de salchicha, incluyendo una de jabalí deliciosa, cebollitas al balsámico y queso de cabra.Además de un platazo de mejillones en salsa de ajo y perejil. Un festín.

Todo esto más dos litros de un suave y fresco vino blanco nos costó, para cinco muertos de hambre, cuarenta y cinco euros. Repetía ahora mismito.

Contentísimos y con la barriga llena seguimos nuestra visita turística por callejas medievales adornadas con banderolas y estandartes ya que el Palio estaba cerca, cuando de repente en un plano más bajo había una especie de callejón al fondo del cual se abría la luz. ¿Sería aquello Il Campo?

Atravesamos el pasadizo debajo de unas tribunas de madera adosadas a la pared y aquello se abrió en una plaza maravillosa en forma de abanico... Il Campo que tantas veces había visto en documentales,!estaba en él!.

Con la piel de gallina giré en redondo sin poderme creer que realmente estuviera allí. Esa sensación se repetió ante otros monumentos, ese pensar de que tal vez lo que estaba viendo era irreal, que en realidad no me encontraba allí y que de un momento a otro despertaría. Nada era como lo había visto mil veces en imágenes, era mucho más bonito y espectacular.



Paseamos por la ciudad que no es muy grande y se recorre facilmente. Todo a mi alrededor era del color Siena tostado de mi caja de acuarelas, todo menos yo... y todo el mundo me miraba, críos y adultos, de arriba a abajo. Niños rubísimos me señalaban con el dedo o daban tirones de las manos de sus progenitores. Me hacían sentir incómoda y me propuse no volver a vestirme tan colorida, cosa que me jode horrores.

De vuelta a Anchiano paramos en una aldea fortificada que me recomendó el Gourmet de Provincias y de la que no consigo recordar el nombre. Él me comentó que no había llegado a subir y ya le explico yo lo que había: dos casas, tres restaurantes, dos tiendas de regalos y una ermita. Todo muy bonito.


Continuará

Besos


6 comentarios:

Anónimo dijo...

Dos casas, tres restaurantes, dos tiendas de regalos y una ermita .. Monteriggioni?

topita_voladora dijo...

Espectacular todo!!!

Marisa Beato dijo...

!Sí!
And the winner is... David

Monica Bedana dijo...

San Gimignano es lo mejor. Y no sois los únicos que se han perdido por las murallas. Sigue conectada, yo te hago vudú a la conexión, que no me pierdo los demás capítulos ni desde el otro lado del mundo. Un besote

Elbereth dijo...

Ya hice la visita contigo y también se me han puesto los pelos de punta, como me gustaría hacer el viaje con la realidad y no con la imaginación...aunque esta última me da mucho juego...

Anónimo dijo...

¿Qué tal es el jamón de Parma? ¿Crees que puede competir con el jamón pata negra, o es un producto tan diferente que no es comparable?

Malena