¿Te acuerdas, Josemari, cuando conociste la albahaca? Desde entonces, siempre que la uso, me acuerdo de tí y tu entusiasmo al conocerla. A partir de ahora,desgraciadamente, lo recordaré para siempre.
En nuestras vacaciones en La Toscana comprábamos en un súper de un pueblito en la vega del río cercano a Anchiano, la aldea en la que nos alojábamos. Se llamaba "Penis" o algo así aquel comercio. Nos hacía mucha gracia el nombrecito. Tenía una sección gourmet con productos italianos que quitaban el hipo y el resto de su oferta con precios más que razonables..Compré una maceta de albahaca y tú no sabías para qué queríamos aquello. Espera y verás, te contesté.
Ya en la casa me dispuse a preparar unos simples macarrones con passata, una mozzarella trenzada, -preciosa y rica- parmiggiano y albahaca fresca. También le puse cebolla dorada a fuego lento hasta que se tornó dulzona.
En este pueblo, poco más que una aldea, que nos alojaba, no había ni un sólo bar. Yo era la encargada de avisar si oteaba alguno ya que mi radar genético no falla nunca.Encendimos el horno de aquella cocinita de gruesas paredes de piedra y salí un momento a la puerta.
- Chicos, ahí hay un bar.
Os arremolinásteis a mi alrededor mientras yo señalaba a apenas cincuenta metros de nuestra puerta. Esa noche - el resto nunca vimos gente por la calle- había un local con las luces prendidas y un grupo de gente sentado en los poyos de puertas y ventanas. Vosotros - muy ufanos y porque no teníais otra cosa que hacer que poner la mesa en el piso de arriba donde estaba el comedor o poneros morados de la birra que atestaba nuestra nevera- fuistéis de avanzadilla a ver qué se cocía allí.
En cuanto llené la bandeja con la mezcla de pasta, tomate, cebolla, quesos y albahaca, y la metí al horno a gratinar, nos dirigimos las chicas al bar también. Os veíamos allá a lo lejos, a través de la cristalera, libando cerveza tan a gustito, y nosotras, no íbamos a ser menos. Ya.
Al cruzar la plazoletilla, los parroquianos a las puertas del bar, nos empezaron a mirar con extrañeza, cosa que pensamos sería por mi pelo, como siempre suele ocurrir. Pero ya cuando entramos salimos de dudas pues con buenas palabras nos echaron a la calle. Primero nos quedamos cortadas y sin reacción, luego nos fuimos calle abajo, a carcajada limpia, al refugio de nuestra propia cerveza.
Tú y Charmes nos explicásteis que aquello no era un bar público si no una sociedad privada, la única forma en que la gente joven del pueblo había conseguido una licencia de alcohol. Estaba permitido que abrieran una o dos noches a la semana , no recuerdo bien, y tenían prohibido la venta a quien no perteneciera a ella.
Estas explicaciones os las dieron a vosotros mientras os invitaban a una gran copa de cerveza, pero no se podían a arriesgar a tenernos a nostras también puesto que la policía podía multarles o cerrarles el local. De ahí las caras de los socios al vernos llegar tan campantes. Se asustaron.
Lejos de sentarnos mal, nos trataron con mucha educación en todo momento, nos reímos mucho de la situación que habíamos provocado y nos volvimos a comernos ese pedazo de bandeja llena de pasta. Entonces es cuando descubriste , y te enganchaste según tú, al sabor de la albahaca fresca.
La maceta nos la fuimos comiendo hasta que quedó sólo el tiesto. ¿Te acuerdas qué ricos los tomates toscanos con queso fresco y la rica hierba?
En nuestras vacaciones en La Toscana comprábamos en un súper de un pueblito en la vega del río cercano a Anchiano, la aldea en la que nos alojábamos. Se llamaba "Penis" o algo así aquel comercio. Nos hacía mucha gracia el nombrecito. Tenía una sección gourmet con productos italianos que quitaban el hipo y el resto de su oferta con precios más que razonables..Compré una maceta de albahaca y tú no sabías para qué queríamos aquello. Espera y verás, te contesté.
Ya en la casa me dispuse a preparar unos simples macarrones con passata, una mozzarella trenzada, -preciosa y rica- parmiggiano y albahaca fresca. También le puse cebolla dorada a fuego lento hasta que se tornó dulzona.
En este pueblo, poco más que una aldea, que nos alojaba, no había ni un sólo bar. Yo era la encargada de avisar si oteaba alguno ya que mi radar genético no falla nunca.Encendimos el horno de aquella cocinita de gruesas paredes de piedra y salí un momento a la puerta.
- Chicos, ahí hay un bar.
Os arremolinásteis a mi alrededor mientras yo señalaba a apenas cincuenta metros de nuestra puerta. Esa noche - el resto nunca vimos gente por la calle- había un local con las luces prendidas y un grupo de gente sentado en los poyos de puertas y ventanas. Vosotros - muy ufanos y porque no teníais otra cosa que hacer que poner la mesa en el piso de arriba donde estaba el comedor o poneros morados de la birra que atestaba nuestra nevera- fuistéis de avanzadilla a ver qué se cocía allí.
En cuanto llené la bandeja con la mezcla de pasta, tomate, cebolla, quesos y albahaca, y la metí al horno a gratinar, nos dirigimos las chicas al bar también. Os veíamos allá a lo lejos, a través de la cristalera, libando cerveza tan a gustito, y nosotras, no íbamos a ser menos. Ya.
Al cruzar la plazoletilla, los parroquianos a las puertas del bar, nos empezaron a mirar con extrañeza, cosa que pensamos sería por mi pelo, como siempre suele ocurrir. Pero ya cuando entramos salimos de dudas pues con buenas palabras nos echaron a la calle. Primero nos quedamos cortadas y sin reacción, luego nos fuimos calle abajo, a carcajada limpia, al refugio de nuestra propia cerveza.
Tú y Charmes nos explicásteis que aquello no era un bar público si no una sociedad privada, la única forma en que la gente joven del pueblo había conseguido una licencia de alcohol. Estaba permitido que abrieran una o dos noches a la semana , no recuerdo bien, y tenían prohibido la venta a quien no perteneciera a ella.
Estas explicaciones os las dieron a vosotros mientras os invitaban a una gran copa de cerveza, pero no se podían a arriesgar a tenernos a nostras también puesto que la policía podía multarles o cerrarles el local. De ahí las caras de los socios al vernos llegar tan campantes. Se asustaron.
Lejos de sentarnos mal, nos trataron con mucha educación en todo momento, nos reímos mucho de la situación que habíamos provocado y nos volvimos a comernos ese pedazo de bandeja llena de pasta. Entonces es cuando descubriste , y te enganchaste según tú, al sabor de la albahaca fresca.
La maceta nos la fuimos comiendo hasta que quedó sólo el tiesto. ¿Te acuerdas qué ricos los tomates toscanos con queso fresco y la rica hierba?
Hoy he preparado unas verduras al vapor, judías verdes y alcachofas, que luego he salteado con jamón ibérico, ajo, cebolleta y he aliñado con AOVE y albahaca...Y he vuelto a pensar en ti, Josemari, que vaya cómo nos has dejado; locos y perdidos, sin planito.
Besos
3 comentarios:
te veo pocha últimamente, intuyo que alguien querido te ha dejado... ese vacio no podrás volver a llenarlo pero podrás llenar otros huequicos con el cariño que todos tus lectores te mandamos. Un besazo gorrrrrrrrrrrrdo en toda la frente.
Gracias guapa, se agradece y mucho.
Besos
Hola Marisa!
Escribes tan bien, sientes tanto lo que dices, que con tus palabras y mi imaginación , te he visto en la Toscana riendo sin parar, con la albahaca en la mano, y cesto de paja con los tomates y el radiccio.
Siento tu perdida, pero no estes triste, desde el lugar que esté el ahora , te esta viendo reir y cocinar la albahaca de nuevo.
Se feliz,el tiene paz.
Un abrazo calido.
Margot
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