Estupendos cuatro días pasamos en Semana Santa en La Alcarria. Lástima que el tiempo no acompañó mucho. El sábado nos dio tregua justo para la calçotada. Decidir tomar el café y los bajativos dentro, y se puso a caer chuzos de punta.
Doscientos calçosts para diez, entre niños, adolescentes y adultos, y apenas sobró mediadocena. Buen saque.
El romesco, bien elaborado por Josefina, que junto a su familia, vinieron cargados desde Barcelona con todos los avíos para este expléndido ágape. El menú redondeado con butifarra, butifarra de setas (deliciosa) y panceta asada. Gran día, velay que sí.
El campo, encanecido por la flor del romero y los frutales floridos, rezumaba agua por todas partes. Cualquier pedregal convertido en pradera y nuestra finca luciendo una alfombra verde digna de chalé en La Moraleja y encima gratis.
Días intensos de principio a fin. Mañanas de encierro en la cocina preparando comida para todos y noches de velada al son del hielo en el vaso. Largas conversaciones, risas y más risas.
Me embarqué en la nueva experiencia de preparar pasta casera, a mano, sin máquina alguna que me facilitara el trabajo a excepción del rodillo, labor que me alimentó el cuerpo y el espirítu. Tener tiempo es lo mejor y, además, el resultado nos encantó a todos y a mí me abrió un rico nuevo mundo en el que sumergir mi imaginación e inventiva.
¿Qué mejor para entretener a una niña de diez años que el torbellino de la repostería?
Mide, pesa, mezcla, hornea....El resultado, aunque nuestra madalenas no subieron lo que debían, siempre entusiasma a los pequeños. No hay pega alguna si sus manos han estado llenitas de harina.
Un enorme pastel de chocolate salió esa tarde del horno y casi se queda pequeño ante la voracidad de nuestros invitados. Tampoco quedó perfecto. Los hornos ajenos y sus misterios.
Muchos en casa y no hay cama para tantos. Nuestra idea de acampar pasada por agua. La segunda alternativa, la de acondicionar los trasteros, nada, mucho frío, mucha humedad, muchas arañas. Rafael, nombre de gran pintor y de gran vecino, nos ofreció alojamiento y, visto el panorama en nuestra casa, no lo rehusamos. Dormimos a gustito, en inmensas cama calentitas, rodeadas de su obra. Pinta raro Rafael, dice la niña, no se entiende nada.
Si el tiempo no es generoso se reducen mucho las actividades. Nada de pintar, ni hacer yoga al aire libre; nada de largos paseos por el monte, nada de leer bajo un pino. Actividades pequeñas para tanto campo, enormes para casa adentro.
Salimos a comer fuera. Elegimos la provincia de Cuenca, unas visitas turísticas y comida en Priego en el restaurante Victoria, en plena plaza mayor. Dos búlgaras regentan el negocio y en el menú alguna, escasa, representación de su gastronomía materna. Sopas de callos no había, nuestro gozo en un pozo. La ensalaga búlgura que nos sirvieron no estaba mal. Tomate, jamón Cork (así en el original), queso, pepino y pimiento rojo. El resto, sin pena ni gloria. Más de lo primero si acaso.
El domingo menos gente en casa, vuelta a preparar madalenas y otra vez que no suben suficiente. El misterio de la repostería veregonzosa.
De vuelta a Madrid el pantalón, más estrecho; la felicidad, más grande.
2 comentarios:
Que pasada, esas reuniones alimentan el cuerpo y el espíritu..
Las madalenas las haces en las falditas metidas en moldes que las "sujeten"?
No, las pongo en papel nada más. Hice en casa una tanda con la receta que tu publicaste y me salieron muy ricas, no muy altas pero buenas. Estas últimas improvise un poco la receta, creo que ese el fallo :-D
Publicar un comentario