El sábado, antes de irnos al campo, fuimos a buscar a Bego y Paco para tomar el vermú...y teníamos sorpresa: Berto estaba en Madrid. María también, en uno de esos cursillos que le gustan tanto donde la hacen levitar y que la mantienen secuestrada y nunca nos podemos ver.
Pasamos un rato buenísimo de risas y preparativos para el viaje y, además, Berto, se sumó a la expedición vallecana y viene a Brasil en octubre. Allí estuvimos charlando sobre temporadas húmedas, mosquitos y calores varios con los que nos vamos a encontrar, mientras bebíamos cervecita con pinchitos morunos en el Oasis. Ya somos seis en esta expedición.
Con mucho miedo nos encaminamos a comer al chino de debajo de nuestra antigua casa. Digo con miedo porque la última vez que estuvimos fue muy mala experiencia y me temía que se repitiera. Pero mira tú por donde que nos encontramos con que han traspasado el negocio a otra familia y que la cocinera lo hace de maravilla.
Tenía retirada la carta que yo traduje del chino y al preguntar por ella y decirle que yo la había hecho se sorprendió y, señalando al techo, me soltó aquello de "ah, tú vecina arriba", y se puso tan contenta. No hay nada como el cotilleo para poner cada cosa en sus sitio.
Comimos realmente bien comida china para chinos, no eso que nos meten como comida china normalmente y que sabe todo igual.
Y ya sí marchamos a la finca de Toñín en La Alcarria y cómo está todo el campo de verde y blanco de los almendros en flor y qué noche de sábado más maravillosa pasamos. En la foto le estoy cortando el pelo a Javi, criaturita, se fía de mí.
Esta es Isabelita, tiene dos meses y suficiente talla como para poderse subir ya a los sillones. Se supone que es para regalarla, no se sabe a quién todavía, pero el hecho de que en dos camadas que ha tenido Nube, es la única que no es completamente negra y que ya le hayan puesto nombre... me da mí que ésta se queda en casa.
Aquí está con su mamita. Ningún perrito saca ese pelo tan bonito.
Para el domingo teníamos previsto hacer una buena parrillada y habíamos invitado a los vecinos de la finca vecina de la nuestra para que nos ayudaran a comer todo lo que traíamos.
Encarnita y Rafael son dos personas de lo más interesantes. Son ecologistas convencidos y siempre andan metidos en alguna reivindicación. Ahora están intentando que el alcalde cacique que hay en el pueblo no pueda construir en el monte, como tiene previsto, trescientos chalés de modo totalmente ilegal, por supuesto.
Para comer asamos calçots, alcachofas, , costillar de cerdo y secreto de ibérico. Además de una rica ensalada y unos mejiloncitos en escabeche para pasar el vermucito mientras esperábamos por la comida. Y de postre unas batatas asadas que olvidamos en las brasas y fueron incomestibles. Es lo que tiene la buena compañía, te hace olvidadarte del resto. El tiempo acompañó tanto que tuvimos que preparar la mesa a la sombra.
La conversación derivaba de allá para acá cuando Rafael nos contaba sobre su abuela que, sin haber visto nunca ni un tren ni nada que no fuera el puñado de tierra que la vio nacer, cogió uno y, con sus seis hijas cogidas de la mano, se plantó en Atocha desde su pueblo natal. Pasó muchas penurias hasta que consiguió una portería donde trabajar y criar a su descendencia.
Contaba también el vecino que su abuela había aprendido a leer con el cura del pueblo, pero que sólo era capaz de leer letra gótica. Otro tipo era incapaz de descifrar y así él, ya mayorcito, tenía que recorrerse las librerias de viejo madrileñas para conseguirle papel que echarse a los ojos y que fuera descifrable para su yaya.
Nos narraba esta impagable historia para terminar diciendo que ella fue la culpable del amor al arte que profesa y de que él ahora sea un cotizado pintor. Su abuela le metió el gusanillo en el cuerpo porque lo llevaba, día sí día no, al museo del Prado a ver los cuadros de cristos que allí se exponen. Los reconocía todos de verlos en un viejo misal del cura de su pueblo y así se los iba identificando a su querido nietecito arrastrándolo de sala en sala.
Qué historia tan bonita.
Besos
3 comentarios:
La abuela que sólo leía letra gótica y que llevaba a su nieto al Museo del Prado, no tiene precio. Podría ser un personaje de Cela o de Max Aub, que me gusta más, o de Francisco Ayala. Algún día te lo pediré prestado (al personaje).
Besos.
Es siempre muy emocionante leerte. Mil besos
Querido Manuel, ya yo indico que esa historia no tiene precio. Por favor, pídeme permiso.
Canny, gracias.
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