Me había ofrecido para ir el domingo bien temprano al hospital y hacer el relevo de Merche, que pasó la noche junto a la cama de nuestra amiga, así que , muy pronto, con la casa en silencio, me levanté y preparé para cruzar la ría hacia Vigo.
Sin tener ni idea de dónde se ubica el puerto de Moaña salí a las calles, desiertas a esas horas, y eché andar calle abajo. Por la primera calle que me pareció bien bajé hacia el mar y , mientras el viento me azotaba la melena y la humedecía de salitre, me topé con un perro de caza que inmediatamente se puso a seguirme.En vista de que sus intenciones eran buenas (no es que quisiera casarse conmigo, precisamente, si no que no parecía querer morderme) le bauticé con el nombre de "Talones" y así tuve con quien hablar hasta que dí con el embarcadero. Pero !já!, después de un buen rato me abandonó por ir a olerle el culo a otro perro. Todos son iguales.
Encontré el puerto, un quiosko de prensa y un descafeinado que me hicieron más llevadera la espera del barquito.
Una vez embarcada aprecié que éste se parecía mucho a uno en el que estuvimos en nuestro primer veraneo gallego hace una purrela de años.
En aquella ocasión habíamos contratado un excursión nocturna a las islas Cíes. Durante aquella travesía, que incluía la cena, nos sirvieron como plato principal de la cuchipanda un filete de ternera que envolvía un huevo entero y cocido dentro, y todo a su vez, sobre un nido de patatas paja. Una monada que cada vez que un comensal pinchaba por un lado, el huevo salía disparado entero por el otro.Cuando el barco atravesaba la boca de la ría, el mar estaba algo bravo y el personal era incapaz de contener dentro la cena recién engullida.Qué espéctaculo de huevos y vomitonas volando. Sublime.
Aquella noche no había luna y las islas carecen de iluminación salvo en la zona del camping. Como podéis deducir no vimos ná de ná. Lo único que daba algo de luz era el resplandor de la playa de Rodas que tiene la arena más fina y blanca que nunca haya visto hasta ahora.
Como ya es una constante en mi vida: qué mal lo pasamos, pero cuánto nos reimos. Y no acaba aquí la historia.
Este barquito también era discoteca y una vez que llegamos a las Cies comenzó el bailoteo con una música bien hortera, como era presumible, y todo bicho viviente comenzo a mover el esqueleto.
Nosotros, apartados en un rincón, bebíamos copas y disfrutábamos mirando al personal, riendo sin parar, cuando subieron al barco los campistas de las islas. No me acuerdo bien ni qué ni cómo ocurrió, pero de repente se montó una gresca y volaban ostias por todas partes. Embarcados contra campistas. Nosotros, estupefactos y sin dejar de reir, no abandonábamos nuestro rincón, nos lo estábamos pasando pipa.
!Menuda travesía !
La vuelta la dejo para otro día.
Cumplí el turno junto a Beti, me despedí de ella hasta la noche y nos dirigimos...!A comer! por supuesto.
Estábamos invitados a comer en Moaña, teníamos que probar un asado de ternera gallega de las criadas por Ezequiel en la finca. Carne de casa, madre mía, un lujo. Ternerita que nunca ha comido otra cosa más que la hierba en crece en el prado donde vive. Imposible negarse, peeeeeero, no fuimos capaces de llegar a tiempo a tomar el barco de vuelta y tuvimos que quedarnos en Vigo.
Sin tener ni idea de dónde se ubica el puerto de Moaña salí a las calles, desiertas a esas horas, y eché andar calle abajo. Por la primera calle que me pareció bien bajé hacia el mar y , mientras el viento me azotaba la melena y la humedecía de salitre, me topé con un perro de caza que inmediatamente se puso a seguirme.En vista de que sus intenciones eran buenas (no es que quisiera casarse conmigo, precisamente, si no que no parecía querer morderme) le bauticé con el nombre de "Talones" y así tuve con quien hablar hasta que dí con el embarcadero. Pero !já!, después de un buen rato me abandonó por ir a olerle el culo a otro perro. Todos son iguales.
Encontré el puerto, un quiosko de prensa y un descafeinado que me hicieron más llevadera la espera del barquito.
Una vez embarcada aprecié que éste se parecía mucho a uno en el que estuvimos en nuestro primer veraneo gallego hace una purrela de años.
En aquella ocasión habíamos contratado un excursión nocturna a las islas Cíes. Durante aquella travesía, que incluía la cena, nos sirvieron como plato principal de la cuchipanda un filete de ternera que envolvía un huevo entero y cocido dentro, y todo a su vez, sobre un nido de patatas paja. Una monada que cada vez que un comensal pinchaba por un lado, el huevo salía disparado entero por el otro.Cuando el barco atravesaba la boca de la ría, el mar estaba algo bravo y el personal era incapaz de contener dentro la cena recién engullida.Qué espéctaculo de huevos y vomitonas volando. Sublime.
Aquella noche no había luna y las islas carecen de iluminación salvo en la zona del camping. Como podéis deducir no vimos ná de ná. Lo único que daba algo de luz era el resplandor de la playa de Rodas que tiene la arena más fina y blanca que nunca haya visto hasta ahora.
Como ya es una constante en mi vida: qué mal lo pasamos, pero cuánto nos reimos. Y no acaba aquí la historia.
Este barquito también era discoteca y una vez que llegamos a las Cies comenzó el bailoteo con una música bien hortera, como era presumible, y todo bicho viviente comenzo a mover el esqueleto.
Nosotros, apartados en un rincón, bebíamos copas y disfrutábamos mirando al personal, riendo sin parar, cuando subieron al barco los campistas de las islas. No me acuerdo bien ni qué ni cómo ocurrió, pero de repente se montó una gresca y volaban ostias por todas partes. Embarcados contra campistas. Nosotros, estupefactos y sin dejar de reir, no abandonábamos nuestro rincón, nos lo estábamos pasando pipa.
!Menuda travesía !
La vuelta la dejo para otro día.
Cumplí el turno junto a Beti, me despedí de ella hasta la noche y nos dirigimos...!A comer! por supuesto.
Estábamos invitados a comer en Moaña, teníamos que probar un asado de ternera gallega de las criadas por Ezequiel en la finca. Carne de casa, madre mía, un lujo. Ternerita que nunca ha comido otra cosa más que la hierba en crece en el prado donde vive. Imposible negarse, peeeeeero, no fuimos capaces de llegar a tiempo a tomar el barco de vuelta y tuvimos que quedarnos en Vigo.
Un lugar típico para ir a comer ostras y beber buen vinito gallego en esta ciudad es el Mercado de la Piedra. Tradicionalmente se han vendido allí las ostras sobre grandes bancadas de piedra. Eliges una de las señoras que las ofrecen, pides tus docenitas y la señora te las abre allí mismito y te las sirve impúdicas en un plato que tu puedes llevar al bar que quieras, o sentarte en la terraza en verano, y pedir el vino. Te traerán cuchillos y limón. Una maravilla, lo sé. Aunque, entre nosotros, conozco sitios donde las sirven mejores.
Angelito quiso que fuéramos a El Mosquito para el almuerzo, yo, a regañadientes, ya que por mucho que tenga una calidad buena en todo y mucha fama, a la hora de aliñar la ensalada que sirven, usan vinagre del de fregar el suelo y no cuidan ni pizca la calidad del aceite. Este detalle me fastidia porque los precios también son "buenos".
Estaba cerrado, fuera discusión. Segunda opcion: el Chavolas. Un sitio informal regentado, desde hace ni se sabe cúanto, por un matrimonio (ella en la cocina, él en las mesas, aunque está ya muy mayor para atenderlas y necesita ayuda) muy cariñoso y símpatico. Allí nos volvimos locos y pedimos un montón de cositas ricas: nécoras, pimientos de Padrón, pulpo a feira, merluza a la gallega, unos deliciosos calamarcitos a la romana y , de postre: una bandeja de patatas del país fritas. Compartimos todo y lo regamos, bien regado, con el albariño de la casa. Después sólo quisimos siesta.
Pero nos esperaba una sorpresa: la invitación del mediodía nos la pasaron a la noche. Estábamos allí a las ocho porque una amiga nos acercó ya que le pillaba de paso, y a las ocho y diez, teníamos puesta la cena sobre la mesa. Tortilla de patata, ternera asada con guarnición, ensalada y bizcocho. Angel y yo nos mirábamos aterrorizados. ¿Cómo tirarse por la ventana estando en una casa baja?
No sé cómo lo hicimos pero probamos una pizca de todo, sin desmayarnos, a pesar de que nos faltaba el aire. Nos fuimos para la cama acordándonos de Sangonereta, pobriños, y con dos docenas de huevos de las gallinas de casa para el camino.
El lunes tocaba volver al hospital a despedirse de mi amiga. Besos, lagrimitas, promesas de volver lo antes posible, echar un último vistazo al paisaje engalanado de verde y rosa de las camelias, subirse al avión y empezar a echar de menos todo lo gallego.
Besos
3 comentarios:
piensa que ya te queda menos para volver... jejeje
Marisa: me sigue gustando mucho pasar con vosotros el fin de semana, cruzar la ría, comer pulpo y catar las ostras. Gracias por tus relatos.
Abrazos.
El gran Alfredo di Stéfano elogió la calidad de la ternera gallega
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